Paisaje de Tolderías
En sus toldos, a orillas del río Limay, Modesto Inakayal era amo y señor. En la Patagonia mandaba el gran Sayhueque, y junto a Foyel eran sus lugartenientes de confianza. Vacas, ovejas y caballos conformaban su riqueza. Convivía con dos mujeres, estaba al mando de 900 hombres, montaba un caballo overo y cazaba ñandúes con boleadoras. El explorador chileno Guillermo Cox lo describió en sus memorias como un hombre de "cara inteligente, cuerpo rechoncho pero bien proporcionado". No sabía escribir pero entendía el castellano. En términos siempre pacíficos recibía a los científicos y exploradores con manzanas; y a la hora de la cena mandaba a sacrificar a sus mejores animales.
Inakayal jamás imaginó que aquel explorador de anteojos y cara bonachona sería, en pocos años, su carcelero. El primer encuentro con Francisco Moreno se dio en 1879. El trato fue cordial entre ambas partes y hasta se podría decir que entablaron una amistad. Entre 1878 y 1885 el presidente Julio Argentino Roca impulsó la ofensiva militar conocida como Campaña del Desierto. El indio pasó a ser el enemigo del blanco. Y Moreno estaba del lado de los blancos.
Inakayal, junto a Sayhueque y Foyel, cayó prisionero del teniente Francisco Insay en Junín de los Andes, en 1885. Antes de que lo embarcaran con destino a Buenos Aires en el vapor Villarino, el Ejército argentino le robó sus caballos y repartió sus hijos entre las familias de los generales, para que los usaran como sirvientes.
El destino de los caciques fue la isla Martín García. Fueron humillados, vestidos con la ropa que descartaban los soldados, obligados a hachar quebrachos y comer las sobras de la milicia. Sayhueque pudo volver a la Patagonia. Inakayal y Foyel fueron "rescatados" por Francisco Moreno y pasaron a formar parte de la colección viviente –literalmente viviente, aunque fuera una vida de mierda– del museo de La Plata.
Los cautivos de Partenón
Cuesta imaginar que el edificio con aires de Partenón, ubicado en el centro del bosque platense, haya sido la prisión y la tumba de una decena de indígenas. En el subsuelo, donde hoy funcionan laboratorios y áreas de estudio, estuvieron cautivos "los vencidos" de la Campaña del Desierto. Si bien es cierto que durante el día circulaban libremente por los pasillos del museo, por las noches una pesada puerta de madera se cerraba con candado hasta el amanecer.
Mientras Don Francisco Moreno –como lo llamaban sus empleados– habitaba en el amplio y luminoso segundo piso rodeado de libros y una salamandra para el invierno; los indios "rescatados" por él se amontonaban, con unas pocas frazadas malolientes, en la humedad y oscuridad del subsuelo.
En el mismo lugar en el que recibían una olla de sopa para todos, hombres, mujeres y niños hacían sus necesidades en un rincón. No había forma de salir hasta la mañana siguiente, cuando uno de los empleados del museo les abría el candado. En el listado de prisioneros figuraban Inakayal, una de sus mujeres y su hija; Foyel junto a su compañera y su hija Margarita y Tafá (una alacaluf de Tierra del Fuego), entre otros que nunca fueron identificados.
Cada uno tenía tareas asignadas. Las mujeres se encargaban de la limpieza del museo, el lavado de las ropas del personal y la confección de telares para la venta. Los hombres estaban confinados a tareas más duras como cavar pozos, limpiar los desagües cloacales y trabajar en la construcción del edificio que aún no estaba terminado.
Cuando los científicos lo disponían los indios debían prestarse a ser examinados desnudos, fotografiados durante horas o quedarse quietos frente a un pintor que los retrataba. Era la época de la ciencia en que los sabios blancos medían, tasaban, archivaban todo lo que fuera el Otro. Francisco Moreno mostraba orgulloso su "colección viviente" a los colegas del extranjero, mientras el lenguaraz Gabino traducía la lengua originaria al castellano. La mayoría de ellos, sin chistar, aceptaba los mandatos del director del museo. Pero Inakayal no estaba acostumbrado a recibir órdenes: se quejaba de que los blancos le habían matado a sus hijos, robado sus caballos y arrancado de su tierra.
Confinados. Familias aborígenes completas, tras la Campaña del Desierto.
Al igual que Sayhueque, Foyel pudo regresar a la Patagonia a cambio de reivindicarse como argentino. Se le "cedieron" algunas hectáreas, ya por entonces en manos del Estado. Inakayal, en cambio, se negó a resignar su identidad y siguió en cautiverio.
El antropólogo Herman Ten Kate escribió, en la Revista del Museo (1904), que Inakayal "era reservado, desconfiado, orgulloso y rencoroso. Comunicativo solamente cuando estaba ebrio. Dormía casi todo el día, discutía fácilmente, muy apático y sin ninguna preocupación por su persona". Estaba claro que el cacique no se sentía a gusto en la galería de exotismos de Moreno.
Morir sin morir
En 1887 los indios prisioneros comenzaron a morir de manera extraña. El 21 de septiembre murió Margarita. El 2 de octubre, la mujer de Inakayal. El 10, la mayor del grupo, Tafá. Algunos diarios de la época dieron cuenta de estas muertes en cadena. El Eco de Córdoba, asociado a grupos católicos, acusó a Moreno de "caballero de la noche". Un periódico porteño, L’Operario Italiano, lo cuestionó por no respetar las disposiciones municipales acerca del tratamiento que debía darse a los difuntos. El matutino platense La Capital también menciona la "muerte de una niña india en el Museo". A partir de este dato el grupo GUIAS está tratando de verificar si uno de los esqueletos pequeños hallados pertenece a la hija de Inakayal.
El cacique tehuelche, uno de los últimos en resistir, veía a diario cómo los cuerpos de su gente eran descarnados y expuestos a los visitantes tras su muerte. Inakayal sabía que corría el mismo destino. La tristeza le había quitado hasta las ganas de dormir. Se pasaba horas mirando los restos de su mujer, exhibida en una vitrina junto a otros esqueletos. Francisco Moreno ya no era el amigo blanco que lo visitaba a orillas del Limay. El saco negro de funebrero y ese pantalón con olor a rancio de tanto orín impregnado distaban mucho del aura combativa que mostraba el cacique en otras épocas. Tenía 45 años, los pelos chuzos y un bigote desprolijo. A su amplia cara morena la atravesaban arrugas taciturnas.
Sin fuerzas y sin alma, Inakayal prefería la muerte. Los inventarios del Museo certifican que falleció el 24 de septiembre de 1888. Algunas versiones hablan de un suicidio, otras que fue empujado por unas escaleras. El naturalista italiano Clemente Onelli, mano derecha de Moreno, dejó asentado que "Inakayal se arrancó la ropa, la del invasor de su patria, desnudó su torso, hizo un ademán al sol y otro larguísimo hacia el Sur, habló palabras desconocidas... Esa misma noche Inakayal moría". De inmediato su esqueleto fue descarnado y expuesto al público.
Esperando nacer
Tras reclamar durante más de medio siglo, en abril de 1994 la comunidad tehuelche logró que los restos de Inakayal fueran trasladados al valle de Tecka. En medio de actos protocolares, rituales indígenas, discursos políticos en cada parada y cerca del hotel que lleva su nombre, los huesos del cacique volvieron a su tierra. En 2006 el grupo GUIAS comprobó que la restitución fue parcial: faltaban el cuero cabelludo, el cerebro, una oreja y quizás el corazón.
Las comunidades originarias lo calificaron como "una ofensa más a sus ancestros" y llegaron a dudar de que el esqueleto enviado fuera el de Inakayal. Las autoridades del museo dijeron que se trató de un "error administrativo".
La tradición tehuelche manda que sus muertos deben ser enterrados como si estuvieran en el seno materno, rodeados de los objetos que pudieran necesitar al renacer en otra parte. En épocas remotas mataban al caballo y al perro preferido del extinto. Al lado del cadáver depositaban las armas, los utensilios y el alimento para la hora del despertar. Lejos de estos rituales, el cuerpo del cacique Inakayal fue cuereado como si se tratase de una vaca. Por 120 años su cadáver y su alma no descansaron esperando el renacimiento tehuelche. No es de extrañar que su espíritu deambule por los pasillos de su prisión y su tumba: el Museo de Ciencias Naturales de La Plata.
Critica de la Argentina sociedad
Fuente: archivo PDF
Modesto Inakayal, el fantasma del museo de la Plata
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