En 1823, Johann Evangelist Purkinje, un catedrático de anatomía de la Universidad de Breslavia (Polonia), publicó una estudio en el que se mencionaba que había hasta 9 tipos de formas de huellas dactilares, pero no hizo ninguna mención de que pudieran usarse para identificar individuos.Habría que esperar hasta 1856 cuando Friedrich Wilhelm Herschel empezó a usar las huellas digitales para validar contratos. Su idea era la de que los comerciantes nativos pusieran la huella de su mano derecha detrás del papel del contrato, para de esta forma evitar que alegaran que la firma no era suya.
La primera persona que estudió las huellas dactilares como algo exclusivo de cada individuo fue el antropólogo inglés Francis Galton, que en 1892 publicó sus conclusiones en el libro Huellas Dactilares. En este libro propuso 40 rasgos característicos para la clasificación de huellas dactilares.
Galton calculó que las huellas eran suficientemente diferentes entre sí como para que las hiciera coincidir por casualidad, siendo la probabilidad de 1 entre 64 billones.
Cifra que superaría a la población mundial con creces, así que Galton dedujo que las huellas dactilares son únicas. Si bien el experimento de Galton para certificar esto fue de veras muy inexacto (sólo usó 100 huellas) se dio como un hecho infalible.
El problema es que se acepta que no hay huellas dactilares idénticas pero no se ha podido probar verdaderamente.Las huellas digitales se producen cuando nuestra piel se está formando en el vientre de nuestra madre. Es entonces cuando están siendo continuamente sometidas a las presiones intrauterinas, al líquido amniótico, a los movimientos, a la posición del feto en el útero, a la nutrición, a la presión sanguínea, etc.
Es como si la piel fuera cemento fresco que se va moldeando según las influencias externas que recibe.
Siempre existirá el elemento aleatorio característico de los procesos vitales, algo que nos llega a sugerir que nunca habrá dos personas con las mismas huellas dactilares.
El dibujo de estas huellas será invariable, siempre el mismo y para siempre, hasta morir, de hecho hay momias que aún conservan sus huellas.
No importa que tengamos un hermano gemelo perverso, que tenga nuestra misma cara, nuestros mismos ojos, nuestra misma forma de caminar o incluso hasta nuestra misma voz. Sus huellas dactilares no se parecerán en nada a las nuestras.
Con todo, el sistema de huellas dactilares también tiene sus críticos, pues se considera que la metodología no se ha validado lo suficiente.
¿Por que las tenemos?
Las huellas dactilares están formadas por un conjunto de pequeñas arrugas, que, a diferencia del resto de pliegues de nuestro cuerpo, no son el resultado de un movimiento repetitivo. Desde que nacemos ya contamos con ellas, y aunque siguen siendo un misterio, son únicas para cada uno de nosotros.
¿Sabes por qué tenemos huellas dactilares?
Según estudios realizados por científicos, parece que las huellas dactilares nos ayudan a mejorar el sentido del tacto. Muchos investigadores han podido demostrar que los pliegues de los dedos provocan, al tocar un objeto, una mayor cantidad de vibraciones que si no contásemos con huellas dactilares. Cuantas más vibraciones se creen, mayor es el sentido del tacto, en especial, a la hora de identificar texturas.
Sin embargo, también existen otras teorías, como la que defiende que las rugosidades de las huellas dactilares permiten que la piel se estire y se desfigure, minimizando así los daños que pudieran surgir; o la que asegura que mejora el contacto en superficies mojadas, pues los surcos de las huellas permiten que el agua atrapada entre las yemas de los dedos y la superficie se seque.
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Fuente: periodicodigital.com.mx y saberia.com
Triste que no mencione a Juan Vucetich, antropólogo que desarrolló y puso por primera vez en práctica un sistema eficaz de identificación de personas por sus huellas digitales.
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