Según el escritor, científico, naturalista y militar romano italiano, Gayo Plinio Segundo (Plinio el Viejo), el basilisco era un animal mitológico con apariencia de serpiente que exhibía en su cabeza una mancha clara con forma de corona.
A lo largo de la historia, la figura del basilisco, palabra que viene a significar pequeño rey o reyezuelo, se ha ido modificando en torno a la fealdad y el horror. Así es, que a partir de la Edad Media, pasó a ser un gallo cuadrúpedo y coronado, de plumaje amarillo, con grandes alas espinosas y cola de serpiente rematada en un garfio, en una lanza o en otra cabeza de gallo. Aunque algunos le atribuyen escamas en lugar de plumas, y otros lo relacionan simbólicamente con la imagen del diablo o el anticristo, lo que apenas se ha modificado de su figura ha sido su irritada y desagradable mirada, la cual tenia la inquietante propiedad de matar. De ahí viene la expresión ponerse hecho un basilisco, cuando alguien se enfada y arruga el ceño.
Así lo describió el escritor Jorge Luis Borges en su ensayo El libro de los Seres Imaginarios al animal mitológico: El basilisco reside en el desierto: mejor dicho, crea desierto. A sus pies caen muertos los pájaros y se pudren los frutos; el agua de los ríos en que se abre queda envenenada durante siglos. También dice que su mirada rompe las piedras y quema el pasto. El olor de la comadreja lo mata, en la Edad Media se decía que era el canto del gallo el que acababa con el. Los viajeros experimentados se proveían de gallos para atravesar comarcas desconocidas. Otra arma era un espejo; al basilisco lo mata su propia imagen.
Por su gran similitud con esta criatura fabulosa, los herpetólogos bautizaron a unos saurios arbolícolas de color verde de la América tropical, conocidos como Basiliscus pumifrons, con el nombre de basiliscos. Esta especie de lagartos incluso son conocidos por su habilidad para desplazarse rápidamente sobre las aguas.
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