
Pedro Higuera Pérez llevaba mas de treinta años desempeñando las labores de sacristán en Isla (Cantabria) y a sus 77 años ya estaba habituado a las tinieblas y la humedad que cada madrugada reinaban en el viejo campanario del la iglesia. Aquella jornada subió la enroscada escalinata portando una reducida linterna. Pero al llegar arriba, tuvo la extraña sensación de no hallarse solo. En el habitáculo superior notó con espanto la forma de lo que parecía ser un grueso bulto que se colocaba frente a la tenue luminosidad que penetraba por uno de los arcos.
Al dirigir el haz luminoso de la linterna hacia aquel ángulo, Pedro Higuera creyó desmayarse del susto. Tendida en situación horizontal, una criatura humanoide de grandes dimensiones permanecía flotando a un metro del suelo. A pesar de que el pánico le tenía atenazado por completo, el sacristán aún mantuvo el pulso indispensable para seguir enfocando al intruso y constatar que su atuendo lo componían una túnica extensa de tono oscuro, cuya parte superior le cubría el pecho y cuello.
El ser -que según los cálculos efectuados posteriormente alcanzaba los 2,80 metros de altura- permaneció continuamente con sus dos finísimos brazos pegados al tronco y las piernas ligeramente arqueadas hacia el suelo. En la cabeza, de forma almendrada y desproporcionada con respecto al cuerpo (por lo pequeña que esta se veía), Pedro Higuera, víctima del pánico, no apreció los ojos, boca ni rasgo facial alguno.
Tras quince segundos observando al extraño ser, Pedro Higuera soltó la linterna y bajó despavorido la escalera de caracol, al tiempo de ver por el rabillo del ojo de que manera el ser volvía a disolverse en la oscuridad.
Aquel día, por primera vez en mas de treinta años, no hubo campanadas en el bello rincón cántabro de Isla.
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Fuente: Cuarto Milenio y otra.
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