
Juan XXIII, el Papa Bueno, era un fumador empedernido y le gustaba observar con largavistas, escondido en la más alta torre del Vaticano, a la gente de Roma. Pío XII era hipocondríaco, un enfermo imaginario que además tenía la obsesión de matar moscas e insectos y de ahorrarle gastos a la Iglesia, apagando las luces y escribiendo en los sobres usados hasta su última voluntad. Puerta de Bronce.
Juan Pablo II, amaba el fútbol más que sus antecesores: el 22 de octubre de 1978 ordenó que su ceremonia de comienzo del pontificado (coronación, se decía antes) comenzara a las 10 de la mañana para no "oscurecer" un importante partido que transmitía la televisión. A Juan Pablo I, que reinó solo 33 días en 1978, cuando era cardenal le gustaba escribirle cartas a Pinocho.
Y Pablo VI, el refinado Papa intelectual que concluyó la obra magna iniciada por Juan XXIII, el Concilio Vaticano II, que reconcilió a la Iglesia con el mundo moderno, era un ávido lector que cuando viajaba se llevaba hasta 75 libros para elegir. También era un apasionado de la velocidad y de los automóviles.
El más divertido e importante es el último, Juan XXIII, Angelo Roncalli, el extraordinario hijo de campesinos de Sotto il Monte que revolucionó a la Iglesia convocando por sorpresa el Concilio Vaticano II en enero de 1959.
El Papa Bueno había sido sargento sanitario en la Primera Guerra Mundial y con buen humor se lo recordaba a los pomposos. Un capitán de la Gendarmería Pontificia se le arrojó a los pies y Juan XXIII le dijo: "Pero levántese hombre. Usted es un capitán y yo sólo un sargento".
Al vicario castrense lo dejó mudo saludándolo como hacen los soldados simples en Italia: "Roncalli Angelo, presente", le dijo, haciéndole la venia. A sus familiares campesinos, impresionados por los lujos del Palacio Apostólico vaticano, les abrió los brazos y les gritó. "Pero vamos, de qué tienen miedo, soy sólo yo".
Juan XXIII tenía un vicio empedernido: se fumaba un atado de cigarrillos al día. Era gordo y cuando lo eligieron Papa, le quedaban chicos los tres talles que preparan los sastres para los hábitos pontificios. "Todos me quieren bien, menos los sastres", bromeó mientras se encaminaba al anuncio del "Habemus papam" en el balcón principal de la Basílica de San Pedro. Habían tenido que descoserle la sotana blanca e hilvanársela de emergencia, agregando algunos alfileres.
Le gustaba la gente común, se sentía uno de ellos. Cuando paseaba por los jardines vaticanos, entraba a la Torre de los Vientos, el lugar más alto dentro de los muros leoninos de la Ciudad del Vaticano (que tiene sólo 44 hectáreas), y desde el ático miraba con unos prismáticos a los chicos que jugaban en la calle, a las mujeres que iban de compras, a los que tomaban los ómnibus cerca del Vaticano.
Pío XII, el papa Eugenio Pacelli, era por el contrario un hombre distante y un centralizador. Era introvertido y tímido, lo que lo obligaba a comunicarse en forma poco espontánea. Le tocó una época terrible, la de la Segunda Guerra Mundial.
Las anécdotas descubren manías: llevaba encima, bajo los hábitos, un matamoscas, con los que atacaba a cuanto insecto veía. En los jardines vaticanos, fumigaban las plantas y flores antes que pasara el pontífice en su paseo cotidiano. Duque de Alejandreta en el Vaticano.
Además era hipocondríaco. Padecía sí de colitis y gastritis. Pero agregaba otras que existían sólo en su cerebro. Se cepillaba los dientes varias veces por día y después se frotaba las encías con un producto que lo envenenaba y que estimuló la enfermedad por la que murió en 1958.
Era un gran entendedor de vinos. Tomaba una copa en cada comida y decía que el buen vino lo ayudaba a digerir. Otra obsesión era el ahorro. "No hay que derrochar el dinero de la Iglesia", decía. Apagaba todas las luces y había ordenado reutilizar los sobres que llegaban al Vaticano. En uno de ellos escribió su última voluntad.
Pablo VI tenía la pasión de leer: prefería los ensayos a las novelas. Amaba la velocidad y los automóviles, como su antecesor Pío XI. Llevaba un cronómetro para medir los tiempos de su chofer y lo incitaba siempre a ir más ligero.
Fuente: ordenbonaria
Pos a mi ma parecio una mierda. Papa fumador matamoscas ajemplar :o
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