Para poder realizar algunos postres como flanes, budines, paté, fundir chocolate sin que este se llegue a quemar, etc... siempre y en todo momento recurrimos a una vieja técnica: el ‘baño María’. La invención de este procedimiento utilizado hasta nuestros días se le atribuye a la egipcia María la Judía, la primera alquimista de la que se tiene noticia. Ya antes de profundizar en este personaje, vayamos atrás en los siglos para comprender el contexto histórico en el que se generaron este y otros inventos.
Nos hayamos en el Egipto grecorromano de los primeros siglos de nuestra era. Antiguamente la ciudad de Alejandría, fundada por Alejandro Magno en el trescientos treinta y dos ya antes de nuestra era en el delta del río Nilo, se transformaría en el punto de confluencia entre oriente y occidente. La relación entre las dos etnias estaría tras el surgimiento de la alquimia. Bajo este término, el diccionario de la Real Academia Española incorpora la siguiente descripción: “Conjunto de especulaciones y experiencias, por norma general de carácter esotérico, relativas a las transmutaciones de la materia, que influenció en el origen de la ciencia química y tuvo como fines primordiales la búsqueda de la piedra filosofal y del bálsamo universal”. En su libro La alquimia, el estudioso del CSIC Joaquín Pérez Pariente explica que popularmente se la determina como “cualquier práctica de transformación de la materia precedente al establecimiento de la química como disciplina universitaria en el Siglo XVIII”. Sin en cambio y de cara a esta perspectiva, que “no se ajusta a la realidad histórica”, el autor propone una visión sensiblemente más compleja de la alquimia, que nos ayudaría a entender mejor “la relación del humano con la materia” y el origen de la ciencia moderna.
Indudablemente, a ejercitar la alquimia dedicó una buena parte de su vida la protagonista de este blog post. Sabemos esto merced al códice Marcianus 299 que se conserva en la iglesia veneciana de San Marcos y que, como explica Pérez Pariente, “incluye prácticamente todo lo que conocemos en la actualidad sobre los orígenes de la alquimia”. El manuscrito 299 seleccionaba textos alquímicos atribuidos a distintos autores. Entre ellos resalta Zósimo de Panópolis, cuyos escritos aluden a María la Judía, a la que admira “por su sabiduría sobre el Arte Sagrado, nombre con el que se conocía la alquimia”.
Como os decíamos al comienzo, a María la Judía le debemos el conocido ‘baño maría’ (en latín balneum Mariae), consistente en introducir un envase cuyo contenido se quiere calentar en otro mayor que contiene agua en ebullición. Este procedimiento, muy usado tanto en laboratorios de química como en nuestras cocinas, ha pervivido hasta nuestros días. Miles y miles de procesos industriales, químicos y culinarios que necesitan de un calor indirecto, uniforme, progresivo e incesante recurren al ‘baño María’ que ideó la misteriosa alquimista hace tantos siglos.
María, que podría considerarse como entre las primeras científicas de la historia, efectuó asimismo aportaciones a la ciencia como la invención de instrumental de laboratorio. Si bien su identidad ha quedado un tanto difuminada con el paso de la historia, sí se sabe que diseñó complejos artilugios destinados a la destilación y sublimación de materias químicas. Quizás el ejemplo más insigne sea el tribikos, un alambique de 3 brazos para conseguir sustancias purificadas por destilación.
De la misma manera se le atribuye la creación del kerotakis, otro artilugio en el que, al calentar mercurio o azufre, conseguía una sustancia llamada ‘negro de María’ (que sería la primera etapa de la transmutación de los elementos). Con el tiempo, este y otros inventos se utilizarían para extraer esencias (aceites) de plantas y obtener de esta forma perfumes.
No obstante, es poco lo que conocemos de esta alquimista, puesto que ninguno de sus escritos originales ha pervivido. La teoría más extendida mantiene que una parte de la obra de María la Judía se perdió por la persecución que el emperador romano Diocleciano inició en el Siglo III contra todos y cada uno de los alquimistas de Alejandría. De este modo, esta práctica empezó a considerarse como algo esotérico, cuando realmente fue la ciencia predecesora de la química moderna. Es más, la alquimia siguió practicándose durante siglos, hasta el punto de que, como apunta Pérez Pariente, consiste en “una práctica que tiene 2000 años de antigüedad y que ha enraizado y prosperado en todas y cada una de las etnias que la han conocido, encuadrada en nuestra sociedad occidental de raíz cristiana”.
Fuente: 20minutos.es
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