Cualquier sustancia extraña que al penetrar en el organismo altera y deteriora su funcionamiento se considera un veneno. Por mucho tiempo su uso fue empírico, muchas veces ligado a la superstición y a la brujería. No fue sino hasta el siglo XX cuando el avance de la ciencia empezó a explicar los distintos mecanismos de acción de los venenos. Se puede decir en forma general que cualquier veneno interrumpe la secuencia natural de las cadenas de reacciones químicas que mantienen la vida celular, trastornando el metabolismo de los organismos y conduciendo a una catástrofe bioquímica que puede llevarlos a la muerte.
La dosis es factor clave para que una sustancia actúe como veneno. La misma sustancia que produce la muerte en el organismo en cierta concentración, en una menor puede actuar como medicamento y proporcionar alivio a algún padecimiento.
La belladona es una planta que contiene tres alcaloides considerados venenosos: hioscina, escopolamina y atropina. Estas sustancias se unen a los receptores de la acetilcolina, un neurotransmisor que hace posible la transmisión en el sistema nervioso autónomo y que controla funciones tan importantes como la respiración y el ritmo cardíaco. Al alterarse esta transmisión, puede sobrevenir la muerte. Sin embargo, la atropina en dosis bajas disminuye la intensidad de las contracciones intestinales y alivia los retortijones. Si alguna vez el oftalmólogo te ha dilatado la pupila aplicándote un colirio para poder examinar el interior del ojo, ha sido gracias al atropínico que hay en esas gotas.
La planta recibió el nombre de belladona porque en Venecia, en el renacimiento, surgió entre las mujeres la moda de emplear extractos de ésta para dilatar la pupila; decían que esto hacía que sus ojos se vieran más brillantes.
Detección de sustancias tóxicas
La ciencia ha avanzado mucho desde la época en que perros y gatos eran usados como detectores de venenos. Hoy, la química analítica es capaz de identificar y cuantificar casi cualquier sustancia desconocida en el material que se investiga. La tecnología ha creado instrumentos analíticos sofisticados capaces de detectar cantidades pequeñísimas de cualquier veneno. Entre los más comunes están los cromatógrafos y la espectroscopía de masas o alguna combinación de ambos.
El primer paso para identificar el veneno es separarlo de las otras sustancias. La cromatografía es uno de los procedimientos más usados. Se basa en la diferente movilidad de cada sustancia cuando se mueve entre dos fases, una estacionaria y una móvil. La primera, puede ser gas o líquido y la fase estacionaria puede ser sólida o líquida. La movilidad de cada sustancia depende tanto de su tamaño, como de la preferencia que tenga para asociarse con la fase móvil o la estacionaria. Por ello es posible separar los componentes de una mezcla según sus propiedades. El resultado de un estudio de cromatografía nos permite conocer el número de los componentes de una mezcla y las proporciones relativas en las que se encuentran. Ahora, es cuestión de saber qué es cada uno.
Una forma común de identificarlos es por su masa molecular. Ésta se mide en un espectrómetro de masas. La sustancia “sospechosa” es bombardeada con una corriente eléctrica de alta energía. Así, las moléculas se convierten en iones que al viajar por un campo magnético se separan de acuerdo con su relación masa/carga. Actualmente existen bases de datos que contienen la información de las masas moleculares de todos los venenos conocidos. Comparando el resultado del estudio de masas con esta base es posible identificar a los candidatos más probables.
Uno de los instrumentos más precisos es el conocido como ICP (siglas en inglés de Induction Coupled Plasma) que es muy útil para detectar cantidades pequeñísimas de metales tóxicos como arsénico, antimonio, plomo y mercurio.
Extraído de: ¿cómoves?
Fuente: archivo PDF
No es f'ácil poner en términos simples, conceptos de la ciencia. Buen post. Hace poco incié un post de ciencia y salud. Dejo el enlace por si interesa.
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